Antes de ser rescatistas o rastreadores, los cachorros del ejército mexicano van al kínder

En un campo militar a las afueras de Ciudad de México se ubica el kínder de los perros.

En éste, el Centro de Producción Canina del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos, los cachorros que se convertirán en perros de rescate o rastreadores de drogas y explosivos reciben su entrenamiento básico. Aquí nacen y pasan sus primeros cuatro meses, cuando son enviados a distintas unidades militares alrededor del país para recibir una instrucción especializada.

Fundado en 1998, el centro cría 300 cachorros de pastor belga malinois al año. Hace un tiempo también tenía pastores alemán y rotweillers. Ya no.

El director del centro, el coronel médico veterinario Alejandro Camacho Ibarra, explica que el pastor belga malinois es una raza muy inteligente, con mucha rusticidad y muy resistente a enfermedades “Y eso nos apoya mucho para las cuestiones de trabajo”.

Agrega que es el único centro de producción que tiene el ejército en México y podría ser el más grande en América Latina.

Las instalaciones del centro, construcciones de un piso en su mayoría pintadas de verde y blanco, son similares a las de cualquier otra del campo militar 37-C, en la localidad de San Miguel de los Jagüeyez, Estado de México. La diferencia aquí está en los sonidos que llenan el ambiente: ladridos agudos de docenas de cachorros en distintos espacios, desde las maternidades a las áreas de entrenamiento.

Aquí la seguridad de los cachorros es lo primero. Hace unas semanas hubo un brote de parvovirus que enfermó a algunos cuadrúpedos, así que en estos días las precauciones son aún mayores. Antes de ingresar a cualquier área, la gente tiene que ser desinfectada: te rocían con un spray —enfrente, de espaldas y las suelas de los zapatos— y tienes que mojar de nuevo —ahora tú— la planta del calzado en una solución dentro de una charola colocada en cada entrada.

Nadie puede tocar a los cachorros, sólo el personal militar que trabaja ahí. ¿Quieres acercarte a ellos? Entonces tienes que ponerte una bata y gorra quirúrgica, protectores de zapatos y cubrebocas. Y aún así, sólo puedes verlos, no cargarlos ni acariciarlos.

Un mes después de nacidos, y cuando han dejado de ser amamantados por su madre, empieza el entrenamiento. El coronel dice que la enseñanza se basa en el juego.

La idea, comenta, es que identifiquen y persigan lo que llaman un “atractor”, que puede ser una pelota o un trapo. Los entrenadores lo usan como si se tratara de una presa: lo toman, se lo enseñan al perrito, corren y los llaman mientras lo mueven hasta que los cachorros lo atrapan. Diario, una y otra vez.

“El perrito va a ir sobre su presa y cada vez que él sujete a su presa… se le premia, se le felicita”, dice el coronel.

Aquí no es como en la vida civil, donde la gente suele dar una croqueta o comida a su mascota por haber hecho algo bien. En el ejército, los premios son caricias y palabras de reconocimiento.

Los cachorros que hoy están en el centro aún no tienen nombre, pero pronto recibirán uno.

El coronel Camacho explica que asignan un número a los canes cuando nacen y al superar los tres meses de edad son propiamente nombrados. Cada año, el nombre se da a partir de una letra del abecedario. En 2023 es la “F” y ninguno puede llamarse igual.

Febo, Frodo, Fósil, Forraje, Fido, son algunos de los nombres este año. Algunos se los ponen los militares, pero a veces piden ayuda a civiles. No se les pueden poner nombres de personas, de cosas que puedan generar confusión o que el ejército considere inapropiados.

“No le puedo poner a un perro ‘Fentanilo’, porque si no… ¿cómo anda buscando fentanilo el ‘Fentanilo’?”, dice el coronel.

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